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Al levantarme de mi asiento para ir al baño, en mi cabeza algo hizo clic y empecé a comparar el instante preciso de mi vida con las historias que estaba leyendo en mi libro, inesperadamente descubrí paralelismos. Por ello necesité escribirlos, por suerte llevaba mi computadora portátil y mis dedos empezaron a teclear rápidamente para imprimir las ideas que iban llegando todas a la vez, temía se me escaparan.

Llego justo a tiempo a la estación, mi tren sale en 10 minutos, pero para mi sorpresa hay control policiaco, no podemos subir al tren hasta que nos lo indiquen. Ya me sucedió en otra ocasión en ésta ciudad es común, porque es paso de inmigrantes del este y medio oriente hacia Europa, que buscan llegar a otros países europeos o quedarse en Alemania para mejorar su calidad de vida, y como ahora están cerrando fronteras, el control ha subido. Después de unos minutos podemos abordar, encuentro por fin mi asiento que compré y reservé con anticipación vía on-line.

Estoy sentada en un tren de pasajeros del “primer mundo”, viajando a casa, de regreso después de un intenso fin de semana de trabajo en la universidad, serán casi 7 horas de camino, de la ciudad sureña de Passau donde ahora estoy, en los límites con Austria, hasta el norte de Alemania en el puerto de Hamburgo donde vivo, ciudad que se encuentra cerca de los límites con Dinamarca.

El viaje es de lo más cómodo, no está tan lleno el vagón, viajo en segunda clase, con todos los servicios, me acurruco en mi asiento y decido terminar el libro “Flores de un paraíso perdido”, que recién compré en la charla literaria de la chihuahuense Salud Ochoa, quien nos visitó en Hamburgo. Es una novela sobre la migración centroamericana de mujeres por su paso en México para llegar a Estados Unidos. La lectura en este momento me causa sentimiento encontrados y un poco de dolor de estómago por algunas crudas historias, pero yo continuo leyendo porque las protagonistas también son mujeres, viajan solas como yo en ese momento y ellas van también en un tren, pero de carga, en la temida “Bestia”, pero por el contrario a mí, ellas van retando a la muerte acompañadas del peligro y de toda la incomodidad existente. Estas féminas también quieren mejorar la calidad de su vida y la de su familia, por ello recorren caminos para buscar nuevas expectativas laborales y tener dinero para comer, vestir y mejor vivir.

Continuo con mi lectura, al llegar a una parte que habla sobre los retenes de migración en México y las atrocidades que a ellas ahí les suceden, me tranquilizo al saber que en el control migratorio que a mí me acaba de tocar fue de lo más sereno, además yo estoy del otro lado de la historia simplemente por tener una identificación que me acredita como alemana, una simple mica me puso en una situación privilegiada al instante, y pensé para mis adentros, qué afortunada eres. Mi cabeza rebobina y revivo mi llegada hace 14 años como inmigrante, también en búsqueda de nuevos horizontes y mayores retos, la única diferencia era que yo cuando viajé, llevaba papeles para entrar a Alemania, una carta de aceptación para poder hacer unas prácticas profesionales y por lo tanto un permiso de estancia de 4 meses ¿será que acaso ese papel me hizo mejor mujer o ser humano?

El tren sigue su marcha, en una de las paradas sube un policía uniformado, pero con maleta de viaje, encuentra un asiento justo a mi lado izquierdo, del otro lado del pasillo, parece que no está de servicio y viaja a casa, pues ahora dormita.

Luego a las dos horas vuelvo a ir al baño, es un viaje largo y he bebido mucha agua, hace calor. Ahora pienso de nuevo en ellas, en Anastacia, Charlotte o Amelia, algunas de las protagonistas de mi libro, en cómo se las arreglarían para viajar horas, días, semanas, meses enteros sin suficiente líquido y al aire libre bajo el rayo del sol, sin equipaje alguno más que una pequeña bolsa canguro o una mochila raquítica. Abro la puerta del baño y me topo con otro policía, éste espera su turno para entrar, ¿viajará también a casa?, ¿irá simplemente al baño? o ¿quiere hacer solamente una revisión de rigor? o será que viajo en un tren con policías, ¡qué cosas!

Y pensar que en mi cabeza algo hizo clic por una simple necesidad biológica de ir al baño, mientras estaba abordo de un tren, y por la necesidad mental de terminar mi libro sobre historias de migración, en donde por cierto, se relataba que las mujeres protagonistas pasaban días sin bañarse y sin siquiera poder ir al baño, ya que tienen que caminar kilómetros o mantenerse despiertas a toda costa, aferradas con uñas y dientes al techo de “La Bestia”, para no caer rendidas a sus rieles, yo en cambio, me aferré a mi libro y lo terminé justo antes de llegar a casa, en la comodidad absoluta del tren ICE.

¡Qué ironías de la lectura y de la vida!

Author: Nancy Bravo

One Comment

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